miércoles, 31 de enero de 2007

Morir de amor: una historia de amor y 20 canciones desesperadas

Secretaria, Noelia, Morir de amor, Mamarracho, Quiero ser un triunfador, Escándalo, Soy rebelde, Te quiero, Porque te vas, Un velero llamado libertad, Linda, La culpa ha sido mía, Estar enamorado son algunas de las 20 canciones desesperadas utilizadas de manera magistral en Morir de amor, cuya última función fue ayer martes 30. Me encantó la obra, me reí bastante, no perdí el interés en las tres tramas paralelas en ningún momento y el decorado y el vestuario combinaban colores sobrios con colores lo suficientemente llamativos (verde pastel, naranja, rojo) sin que por eso cayeran en lo estrambótico.

Como ya han dicho otros medios, esta irónica obra es una comedia ligera que mezcla la actuación con el canto (canciones excelentemente pensadas y escogidas para cada momento). En ella, Cris y Rafo (Katia Condos y Paul Vega) hacen una reunión para celebrar su sétimo aniversario de bodas. Han invitado a sus vecinos Ina y Fernández (Norma Martínez y Sergio Galliani), con nueve años de casados encima, y a Felipe (Gonzalo Torres), alumno de Rafo, quien tendrá una cita a ciegas con la hermana de éste, Anaté (Monserrat Brugué). La tensión de la obra se centra en el hecho de que Rafo se ha sentido atraído últimamente por una alumna suya y Cris descubre la "infidelidad" de su esposo. Finalmente, Cris y Rafo se reconcilian, se concreta la unión de Felipe con Anaté e Ina con Fernández intentan fortalecer su relación, renunciando a ciertos comportamientos que tenían por inmodificables. Así, como en toda comedia amorosa, pasamos de un equilibrio aparente al inicio de la acción a un desequilibrio en medio de la obra y un restablecimiento aparente o real del orden al concluir la trama.
Además, como en gran parte de las comedias amorosas, los personajes tienden hacia el cliché, destacando en este aspecto las parejas de Ina con Fernández (la exitosa ejecutiva que abandonó su pasado hippie para mantener a su marido, un profesor-escritor libre de toda atadura social, que rechaza la inserción al pragmatismo capitalista -vive "hueveando", escribiendo y regando un bonsai, se niega a aceptar el oficio de publicista que le ofrece Ina-) y la de Anaté con Felipe (la recién despedida secretaria para quien la vida ha perdido todo sentido y el muchachito buenito y cursilón recién abandonado por la novia).
A diferencia de la tragedia, en donde la mujer es un mero objeto que recibe el castigo muchas veces injusto impuesto por los hombres (recordemos a Desdémona, por poner un solo ejemplo), es en la comedia donde la mujer se convierte en un agente activo que crea astutos mecanismos para resolver el problema en el que los hombres se han metido (recordemos, otra vez con Shakespeare, a Porcia y a Nerissa de El mercader de Venecia). Es por ello que me decepcionó un poco el final de la obra. Es cierto que era previsible el indulto general en las parejas peleadas, pero creo que se pudo haber explotado más el rol de la mujer que demuestra que con su habilidad intelectual puede ser igual o mejor que el hombre para solucionar líos. Sin embargo, sí se explota este aspecto en el caso de la pareja de Anaté con Felipe, ya que es ella, con sus indirectas y sus guiños, la que lo va conduciendo a lo largo de la obra.
Sin ser machista y sin grandes conocimientos sobre canto, creo que las voces de los personajes masculinos estuvieron un peldaño por encima de las de los personajes femeninos. Por otro lado, me parece muy interesante lo que señala Norma Martínez en una entrevista. Cuando se le pregunta el por qué de las menciones a colegios de clases altas en un pasaje de la obra, ella responde:
"Creo que la propuesta de la dramaturgia era ubicar la obra en un mundo de clase media alta. El contraste de esta con las baladas podía resultar más divertido que si se ubicaba en otro sector más afín a este tipo de música. Resultaba más ridículo y gracioso que una superejecutiva cantara una canción de Jeanette, por ejemplo" (Luces, 14/01/07).
El escenario contribuye para que el público desde un comienzo entienda que la obra refleja una mirada irónica hacia las clases altas.
Para concluir, creo que la obra tuvo un gran éxito porque todo peruano tiene su lado huachafo, cursi, romanticón. Todos y a cada uno de nosotros hemos representado en algún momento de nuestras vidas uno (sino varios) de los roles de esta obra. Y comedias de este tipo encantan al público justamente gracias al poder de identificación que imprime sobre cada uno de los espectadores al salir del teatro.
El reportaje que Polizontes hizo tras bastidores podrán encontrarlo en el siguiente link:
Y la entrevista a Norma Martínez (contando, además, sus próximos proyectos: Bicho, dirigida por Juan Carlos Fisher -director de El hombre almohada- y La fiesta del Chivo) la pueden leer en: http://www.elcomercioperu.com.pe/EdicionImpresa/html/2007-01-14/ImEcLuces0651061.html

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